La palabra Mandala es de origen sanscrito y está compuesta por las expresiones manda (esencia) y la (concreción).
Sus orígenes son remotos, el círculo mágico del Mandala porta un misterio y un mensaje.
La vida es un perpetuo movimiento entre la forma material limitada (periferia) y el vacio sin forma ni limite (centro). Somos uno con todo lo existente, el Mandala nos lo recuerda y es por eso que cuando lo creamos, coloreamos o danzamos, el estado de plenitud nos embarga.
Está comprobado que el trabajo con diseños circulares destraba bloqueos y abre canales imaginativos de otra manera inaccesibles. El carácter lúdico de esta actividad tiene la virtud de activar circuitos creativos que parecían desconectados.
Mientras las rutinas diarias nos arrastran en línea recta, la propuesta mandalica nos conduce por lugares imprevistos y desconocidos que son más vitales para otras áreas de nuestra existencia.
-El entusiasmo se cimenta en el juego y no en el trabajo- sostiene Julia Cameron, renombrada escritora norteamericana conocida por sus cursos sobre creatividad.
Podemos pensar que el Mandala nos conecta con una fuerza creativa, que reside en lo profundo de nuestro ser y que desconocemos.